Reconoce y acepta lo que eres, lo que te gusta y lo que no.
Si aquello que no te gusta o te disgusta de ti mismo es una característica corporal, piensa en su funcionalidad, es decir, en todo lo que puedes hacer en el mundo gracias a esa parte de tu cuerpo, si no te gusta por ejemplo la forma de tu nariz, agradécele su existencia y funcionalidad tal cual es, ya que, gracias a ella, puedes respirar, oler una rica comida o el aroma del perfume de esa persona especial que tanto amo. Por otra parte, si lo que no te agrade de ti, guarda relación con algún aspecto de tu personalidad, ocupa tu energía en descubrir como cambiarlo y no en criticarte o culparte permanentemente por ser de tal o cual forma.
Si te vas a comparar, hazlo solamente contigo mismo, tomando en cuenta tus propios progresos y esfuerzos.
Haz alguna actividad que fortalezca la relación contigo mismo y de la cual disfrutes realizar.
Si tienes que tomar una decisión compleja, que tus mejores consejeros sean tu intuición, tus valores y tu conciencia.
Si decides cambiar algo de ti en cualquier ámbito, fíjate metas realistas que impliquen siempre un plan de acción.
Desafíate a salir de tu zona de confort.
Admite tus limitaciones y reconoce tus habilidades.
Trátate a ti mismo como si fuera tu mejor amigo
- ¡Cómo fui tan tonto(a) otra vez hice lo mismo ¡
- ¡No puede ser que no me haya dado cuenta ¡
- No importa, es normal que me equivoque porque estoy aprendiendo y esta experiencia me servirá para no volver a cometer el mismo error.
Seguramente ya en el ejemplo dos te habrás sentido identificado y estarás esbozando una leve sonrisa, pues tranquilo, a todos nos pasa y es más común de lo que parece. Lo importante es que tomando conciencia de todas las conversaciones que tienes contigo día a día, podrás ir también mejorando su calidad y contenido.
Ps. Rebeca Wolff Prudant
Psicóloga