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La pandemia que estamos viviendo hace ya 2 años luego de ser declarada por la OMS a comienzos del 2020, ha modificado nuestras vidas, impactando aspectos tan simples y cotidianos como saludar e interactuar con otras personas, hasta los rituales más sensibles y menos habituales como la muerte y despedida de seres queridos, poniendo a prueba nuestra capacidad de adaptación cognitiva, conductual y emocional en todos los ámbitos de nuestro quehacer.

Una de las consecuencias de la pandemia ha sido la pérdida temprana e inesperada de personas de nuestro entorno, algunos muy cercanos, sumando a nuestras vidas un dolor muchas veces difícil de entender y sobrellevar.

Como bien sabemos, las ceremonias funerarias, más allá de ser un ritual o una costumbre, son un espacio de elaboración del duelo, toda vez que nos permiten contener y ser contenidos amorosamente entre quienes comparten el dolor de la partida. Sin embargo, estos espacios han sido igualmente impactados por la pandemia, imposibilitando la realización de las actividades de acompañamiento y despedida como las conocíamos como velorios, misas o encuentros entre familiares en los que actos empáticos y amorosos de contención como los abrazos ya no son posibles, afectando y/o retardando el proceso de elaboración del duelo, quedando en muchos casos suspendido o pendiente”.

Hablamos de duelo como un proceso normal en el cual experimentamos una pérdida. Estas pueden ser pérdidas vinculares, que se dan cuando se pierde o fallece una persona significativa para nosotros con la que teníamos una relación de afecto, o con la cual manteníamos una relación ambivalente, como la separación de pareja, la vivencia de separación de los padres en la infancia y la ruptura de la familia, procesos migratorios o pérdida de un empleo. En definitiva cuando experimentamos una pérdida y ésta trae un sentimiento de tristeza y decaimiento del ánimo, creando un paréntesis con el contexto que lo rodea en el que están los familiares, amigos o trabajo. La experiencia del duelo varía de acuerdo a las personas, sin embargo ésta puede tener una duración en el caso del fallecimiento de un ser querido de 1 a 2 años ya que éste es un estresor psicosocial que puede precipitar un episodio depresivo mayor en una persona vulnerable posterior a la pérdida. Sin embargo, sólo la evaluación de un profesional de la salud puede visualizar si existen factores personales o sociales que estén complicando la elaboración de un duelo.

Cuando la elaboración del duelo se complica, podemos encontrar, por ejemplo: el Duelo crónico, que presenta una duración que no concluye y la persona que lo sufre es consiente que no llega a resolverlo. En el Duelo pospuesto la persona tiene una reacción emocional insuficiente en el momento de la pérdida. En un Duelo exagerado encontramos la intensificación de un duelo normal, en el cual la persona se siente desbordada, pudiendo desencadenarse una depresión mayor, ataques de pánico, ansiedad, conductas fóbicas, abuso de alcohol u otras sustancias. Duelo enmascarado la persona experimenta síntomas y conductas que le causan dificultades pero no se dan cuenta ni reconocen que están relacionadas con la pérdida, pudiendo aparecer síntomas físicos o conductas desadaptativas.

Actualmente en este tiempo de pandemia el duelo pospuesto es el que se da mayoritariamente en la población ya que se retrasa o suprime la reacción emocional que llega a ser insuficiente en las pérdidas de nuestros seres queridos por no poder estar, por las restricciones sanitarias u aforos, con nuestras personas significativas que han muerto.

Esto puede ocasionar en un futuro una acumulación de estrés y tristeza por lo pospuesto. Así, la figura de un terapeuta suele ser hoy en día, esencial en el proceso de duelo, facilitando y acompañando a las personas en su elaboración hasta aceptar e integrar la pérdida y asumir paulatinamente sus actividades normales, y paralelamente fortaleciendo las habilidades personales para alcanzar una vida más plena.

 

 

Rodrigo Yáñez Warner
Psicólogo
ICNC Viña del Mar 2022

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